en el bus

Subo y me siento, ya queda menos. El viaje suele ser de quince minutos, este autobús es frecuente, frecuente que no puedas tomar asiento, pero la hora facilita la escasez de usuarios.
Mi destino es una plaza al lado de la universidad, todo el mundo la conoce. Sentado frente a una joven, la ventana que comunica con el mundo exterior a mi derecha y una luz propicia para la lectura, procedo a extraer mi libro y abrirlo por la página débilmente señalada. Intento leer para que los minutos sepan a segundos y así apresurar la carrera del conductor. El vehiculo se asemeja a una biblioteca andante, el silencio es tal que la respiración aguda del conductor se hace eco entre la gente, todo es calma, un placer la lectura de mi buen Galeano, pero no durará mucho. Ante la inminente llegada del siguiente apeadero una señora canaliza su voz hacia un público despistado, y espeta lo siguiente -¡Jesucristo no nos ofrece el mundo como nosotros lo vemos, Jesucristo quiere Paz en la Tierra!- .El silencio en el bus número veinte se hizo presente, todos oímos lo que la ponente declaró, nadie chistó. Automáticamente como si se tratase de una aparición espontánea las puertas se abrieron y fue abducida, se esfumó entre el gentío de la calle. No le vi el rostro.
La gente en estos casos busca un apoyo en los ojos del vecino, pequeños gestos de complicidad o una pequeña mueca diciendo,“yo también creo que está un poco sonada”.
Pero el caso no fue así, parece que la gente la creyó o no, no sé. Seguramente alguien la nombrará al llegar a casa o simplemente hará una pequeña reseña irónica de su figura. Posiblemente alguien escribirá sobre ella en algún blog y seguramente otro alguien lo leerá.

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