EL MEJOR TRAFICANTE DE ARMAS ABANDONA LA MONCLOA

Antes de que usted comience aEnlace fortificar una agenda de contactos que le permita fortalecer su cuenta corriente le quiero hacer una proposición muy honesta, señor presidente del gobierno español. Le propongo que me acompañe a visitar algunos de los países en guerra o con conflictos internos o vecinales a los que su gobierno ha vendido armas en los últimos años, violando la ley de control de armas aprobada por el parlamento español en diciembre de 2007.
Incluso la invitación la hago extensible a su esposa y a sus dos hijas. Señor presidente,
quiero ver su cara cuando le explique a su familia las razones por las que se ha convertido en el mejor traficante de armas de la historia de la democracia española. Sobre todo quiero ver su cara y las caras de sus seres queridos en alguna de las ciudades libias destruidas, en algunos de los barrios colombianos...
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Tengo un sueño

Nadie del barrio Hometown de Chicago pudo olvidar jamás, el día en que el líder de los derechos civiles, Martin Luther King fue asesinado.

Aquel día comenzó temprano para Sam, eran las ocho de la mañana cuando se despertó. Los rayos de sol se colaban tímidamente en su habitación anunciando el comienzo de la primavera. Salió de la cama y empezó a prepararse para acudir al instituto. Al levantarse notó, como aquella estructura atlética de metro ochenta y cinco de estatura, se volvía frágil y temblorosa. La velocidad y el latido de su corazón se incrementaban, mientras su garganta se resecaba. Sin darse cuenta, la ansiedad le estaba ganando la partida. A pesar de su nerviosismo, consiguió ingerir el desayuno que su madre le había preparado como cada día antes de irse a trabajar.

Era un día muy especial, iban a tener lugar los últimos exámenes del curso. Si aprobaba, se graduaría en secundaria y tendría la posibilidad de ir a la universidad, algo que ningún afroamericano de su barrio había logrado hasta entonces. A las nueve en punto cerró la puerta de su casa. Diez minutos más tarde recogió a sus compañeros Michael y John en St Louis Street. Mientras caminaban por la avenida principal pisotearon con sus botas de agua, los penúltimos resquicios de nieve de las aceras. Cuando llegaron al final giraron hacia Albany street para dirigirse a la iglesia baptista, al lado de la cual se encontraba el instituto Llegaron allí a las 09:45, los pasillos estaban abarrotados, los adolescentes se agolpaban en las escaleras, las taquillas o las puertas de las clases. Las pruebas que se iban a realizar aquella mañana se asemejaban a una maratón, duraban cuatro horas y solo existían diez minutos de descanso entre cada una.

Sonó la alarma y entraron a clase. En esa aula plagada de pupitres chirriosos y paredes agrietadas, Sam había comenzado su adolescencia y muchos de sus sueños. Se acomodo en su mesa y coloco a su lado un pequeño estuche que contenía bolígrafo, lápiz y una goma de borrar. El primer examen era de matemáticas, la asignatura que menos le gustaba, a esta le siguió historia y a mediodía toco ciencias. La mañana transcurrió con la mirada fija en los folios. Al final de la misma alzó la vista para echar un vistazo a su reloj y de repente se dio cuenta que ya era la una del mediodía. Solo le quedaba un ejercicio y la agonía habría terminado. De todas maneras el que faltaba era su favorito, lengua y literatura.

John, Michael y Sam salieron cinco minutos a descansar al pasillo. Observaron un continuo ir y venir de gente desconocida. ¿Qué hacen aquí? murmuraron los tres a la vez. En el último toque del timbre, los jóvenes entraron de nuevo a clase, en esos instantes el reloj marcaba las 13:11 minutos. El silencio y la zozobra se adueñaron del aula durante unos instantes. El director les estaba esperando dentro, en el centro de la tarima, con voz triste pero firme señalo:

- No podemos continuar con las pruebas. Se suspenden las clases y los exámenes hasta nuevo aviso. Martin Luther King ha sido asesinado.-

El impacto de la noticia fue tan grande que nadie fue capaz de decir una palabra durante varios minutos. El silencio se rompió cuando la alumna Hope, comenzó a entonar "Precious Lord, Take my Hand" la canción favorita de Martin Luther King. Cuando terminó, Sam sintió como su sueño se desvanecía temporalmente.

Salieron a la calle, el barrio estaba desierto, parecía un lugar inhóspito y abandonado a su suerte. Solamente se agolpaban en los bares quienes no disponían de televisor. Ningún ciudadano podía creer lo sucedido, solo contemplaban una y otra vez la imagen de su cadáver frente a la pantalla para tratar de asimilar lo sucedido. Aquel día muchos creyeron que el sueño de libertad había muerto al mismo tiempo que él lo hacía. Desconocían que la semilla ya se había depositado entre sus gentes, solo le restaba crecer para algún día convertirse en realidad.

La plaza de la alegría

Lola y su amiga Alba llevaban varios días en la bella Lisboa. Habían transitado por sus anchas avenidas, escalado sus empinadas callejuelas y disfrutado de las preciosas vistas que ofrecían sus colinas.

Aquel sábado ambas estaban agotadas, pero decidieron a pesar de todo salir a conocer el ambiente nocturno de la capital portuguesa. Lola estaba a punto de cumplir los 20, tenía los ojos grandes, de un color chocolate amargo. Sus labios eran gruesos y sensuales, su melena era de color azabache y sus rizos se enredaban en tirabuzones que descendían a lo largo de su esbelto cuello. Aquella noche se vistió de manera sencilla, elegante, resaltando lo mejor de sí misma. Lucia unos jeans azules que se ajustaban a su cuerpo como un guante, resaltando sus muslos firmes y bien torneados y una camiseta con un insinuante escote que de vez en cuando ocultaba con un pañuelo de seda negro, ya que corría una ligera brisa.

Bajaron del metro y comenzaron a caminar por las empedradas y empinadas calles del Barrio Alto. La gente se agolpaba a ambos lados de la calle, charlando y bebiendo animadamente. A su paso escucharon voces y risas portuguesas, ecos y sonidos del fado del pueblo. Lola se sintió contagiada por ese oasis de vida y alegría que habitaba en esas calles.

Finalmente entraron a un bar para tomar unas copas. El bar estaba decorado con grandes lámparas que parecían estalactitas, pequeñas e íntimas mesas y paredes rojas y negras al estilo minimalista o japonés. Allí Lola y Alba conversaron durante horas perdiendo la noción del tiempo. Al salir del bar, el jolgorio y la algarabía aún continuaban en sus calles.

Durante unos instantes dudaron adonde dirigirse, ya que todavía no querían poner fin a la noche. Mientras tanto, dos chicos se acercaron, consultándoles donde podían encontrar un bar en el que escuchar música portuguesa, ya que no eran de allí. Cuando Lola levanto la cabeza para responder a su pregunta, su mirada no pudo dejar de centrarse desde ese instante en uno de ellos. Sintió como si al conocerle, la alegría de aquella noche fuera total y completa.

Su nombre era Gonzalo, tenía unos ojos chiquitos, almendrados y una mirada traviesa, llena de vida. Su cuerpo tenía una estructura de atleta, recia y fuerte. Sus manos eran cálidas, pero su tacto era áspero, ya que trabaja cuidando caballos. Tras unos momentos de titubeo, él le devolvió la mirada. A partir de ese instante no se separaron en toda la noche, finalmente se quedaron a solas y transitaron por infinidad de callejuelas mientras conversaban y se besaban. Así pasaron las horas y al amanecer se despidieron con un beso en la plaza de alegría.

Aisha, la viajera del mundo

Aisha, era una niña alegre, apasionada, soñadora, vivaracha y algo testaruda. Su mirada era transparente y despierta, tenía una imaginación desbordante, tanta que en un instante era capaz de evadirse del lugar en el que se encontraba y viajar a cualquier rincón del planeta tierra. Desde chiquitita tuvo claro que su sueño era recorrer el mundo entero. Por ello cuando un día en el colegio le preguntaron que quería ser de mayor, ella respondió sin vacilar, viajera del mundo. En aquel instante muchos compañeros de clase se mofaron de su respuesta.

Los años transcurrieron, Aisha termino sus estudios universitarios y por fin sintió que había llegado el momento de comenzar a cumplir ese sueño que venía de tiempo atrás. Se despidió de sus seres queridos, emprendiendo así lo que ella misma denomino, como el viaje de su vida.

La primera etapa de su recorrido fue Europa, comenzó en Francia, continuo por la bella Italia, siguió por Alemania y, así fue recorriendo el viejo continente. Al llegar a la llamada Venecia del norte, nombre con el cual se denomina también a Estocolmo, comenzó a sentir cierta nostalgia de su gente y su país, casi no le quedaba dinero, sus fuerzas flaqueaban y la ilusión de realizar su sueño estaba empezando a desvanecerse. Era un invierno realmente gélido, el frío estaba empezando a ser insoportable para Aisha, se colaba en cada parte de su cuerpo, haciéndola incluso tiritar. Casi sin sentir algunas partes de su cuerpo, sentada en un banco tapada con varias mantas raídas y tiesas, contemplo a un grupo de personas actuando, danzando y recitando textos. Ellos terminaron su show callejero y se marcharon.

Ella, se quedo a solas con sus pensamientos, entonces la chispa de ilusión que siempre la había caracterizado se encendió de nuevo dentro de ella, y se dijo porque no voy a ser capaz yo de realizar mi sueño como ellos, si confió en mí como en otras ocasiones, podré hacerlo. Con los escasos medios de que disponía, creó un pequeño espectáculo, que le serviría para ganarse la vida y poder llevar a cabo su sueño. Contenía historias donde se entremezclaba la realidad y la ficción, bailes con ritmos de distintos lugares y canciones con diferentes melodías.

Tras un mes de esfuerzo, aquella noche de marzo se armo de valor, y dejando a un lado el miedo escénico que durante tantos años la había acompañado se decidió a enfrentarse a él, presentando su espectáculo allí mismo. Era una noche distinta, el invierno parecía querer marcharse y dar la bienvenida a la primavera trayendo consigo una cálida brisa, ya había oscurecido en el casco viejo de Estocolmo, pero las calles del Gamla Stan aparecían aún bulliciosas y llenas de gente. Ella se situó en una de las principales calles de este encantador barrio, eran las nueve de la noche, sonaron los primeros acordes de la música y así comenzó su espectáculo que duro una hora. Al finalizar se produjo un pequeño silencio, este duro unos breves instantes, tras él, el público comenzó a aplaudir y se produjo una gran ovación.

A partir de aquel día Aisha, continuó feliz su viaje por el mundo y realizo su sueño, sirviéndose para llevarlo a cabo del baile, la música, las historias, sus restantes capacidades y esa estupenda amiga que ya nunca jamás la abandono, la confianza.

Merece la pena

La algarabía de la noche del sábado dejó paso a una mañana de domingo, que se desperezaba plácida y lentamente. Solo los ruidos de los coches y las voces de la gente rompían el silencio existente en la calle a esas horas.

Los últimos rayos del verano se colaban en la ventana, llenando mí alrededor de luz y dándome calor. El sol y las nubes, desaparecían, aparecían, se entremezclaban, parecían estar jugando como dos chiquillos traviesos al escondite o como una pareja de locos amantes disfrutando de los juegos del amor. Así mismo, el viento se unió a ellos meciendo el ciprés centenario que contemplaba, lo cual anunciaba la cercana e inevitable llegada del otoño.

Unos minutos antes había estado escuchando la radio, en concreto, un programa llamado “La Buena Vida”. De repente, oí una expresión que el invitado le dijo a la presentadora, entonces un cumulo de pensamientos se agolparon en mi cabeza de manera incesante. Las palabras, estaban planteadas en forma de pregunta ¿Merece la pena?, imágenes, instantes, momentos vividos a lo largo de mi existencia pasaron a gran velocidad por mi mente como los fotogramas de una película.

Poco a poco logre detener el continuo fluir de pensamientos para tratar de responder a la pregunta planteada, obviamente se refería a la vida. No tuve ningún atisbo de duda.

La respuesta sin duda alguna era, claro que merece la pena. Porque a pesar de los desengaños, las crisis, los tropiezos, las derrotas, los malos momentos, todo eso pasa a un segundo plano, cuando uno recuerda las interminables charlas con los amigos en las barras de los bares, sus risas, sus abrazos, su cariño y apoyo, el contacto y la risa de un niño, las cosas sencillas y simples como una puesta de sol, el amor incondicional de la familia y las múltiples sensaciones que se agolpan en la piel que uno habita cuando siente el roce con la piel de ese ser al que de una u otra manera considera o ama de una manera especial.

Finalmente me pregunte ¿El folio en blanco lo merece?, respondí sí, claro que valdrá la pena, porque escribir es para mí un gozo, con el que disfruto inmensamente, que además me permite expresarme con total libertad siendo yo misma.

Tormenta

Adoro cuando llegas de manera inesperada,

transformándote a cada instante.

Continuas incesante tu fluir,

intensa, salvaje, suave y delicada.

Adoro escuchar el repiqueteo de tus gotas,

unas cayendo expandidas en splash.

Otras deslizándose lentamente,

mientras cuentan los segundos restantes,

para desaparecer entre el asfalto.


Cuando te escucho rugir,

la contradicción se apodera de mí ser.

Quiero ser aíre, pájaro, nube,

para sentir a tu lado ese estruendo de vida.

A su vez deseo estar al abrigo,

refugiada contemplando tras mi ventana,

el baile de agua que cae desde el cielo.


Hoy fue algo extraño cuando te sentí,

contenías un sinfín de emociones y sensaciones entremezcladas.

Llanto de tristeza, ocasionado por rabia e indignación

contenida a lo largo del tiempo.

Y llanto de alegría tras recuperar la ilusión,

la dignidad y la esperanza prácticamente enterrada y olvidada.